Hablar de educar sin castigar no es fácil, porque
desde siempre se ha creído que para que un niño haga caso se debe tener “mano
dura” llegando incluso a los golpes, castigos, quitar privilegios y humillaciones para hacerlo “entrar en
razón”.
Lo primero que me ha enseñado mi hija a la fecha de
6 años es que los niños aprenden con el ejemplo del día a día. En nuestro caso
ni siquiera hemos debido enseñarle normas de cortesía, porque las ha aprendido
al escucharnos decir:
-Buenos Días
-Por favor.
-Gracias, etc.
Hay mucha presión en el entorno de los padres, no
se suele ver la parte de un comportamiento sino que de una vez se encasilla y etiqueta al
pequeño como “malo” “tremendo” “pequeño tirano”, etc., y lo que un niño escucha
día a día, cada momento de su vida, se va grabando, va quedando en él, más si
viene de sus padres, la figura que admiramos de pequeños y llegamos adultos
creyéndonos todo lo que nos dijeron en nuestra infancia.
Si no conocemos las diferentes etapas por las cuales
atraviesa la infancia, la necesidad de ser llevados en brazos, las rabietas,
etc., nos vemos perdidos con el niño frente a nosotros sufriendo y nosotros
pensando que lo que más queremos en el mundo va camino a la perdición y no
servirá “para nada”.
Tomar conciencia al educar, no querer quedar bien con
los amigos y familiares exhibiendo un niño “bien portado” es el primer camino
para educar con amor y respeto a nuestros hijos. No dejarnos presionar por el
entorno que siempre estará para bien o para mal pendiente de lo que hace o deja
de hacer el niño.
Aún cuando hayamos sido criados de manera tradicional y no
poseer “buen carácter”, podemos hacer un alto, buscar dentro de
nosotros mismos las herramientas necesarias para educar a nuestros hijos con
una ideología basado en el mutuo amor y respeto por la necesidades de
cada miembro de la familia para no tener que plasmar sobre ellos defectos de
carácter que no combinan con la crianza y que al final sólo dejan cicatrices en
la familia. No se trata de perder o no la paciencia, sino de saber canalizar el
momento hasta que vuelva la paz. Yo lo que hacía antes era tomarla en brazos, dar
vueltas, bailar y cantar, si ella no quería le daba su tiempo, SU TIEMPO. Hay
momentos que personas muy queridas para mí, familiares, amigos o personas en la
calle se quedaban esperando “el castigo merecido” cuando mi hija hacía “algo
malo” a los ojos adultos espectadores del momento (después de sus 4 años de edad las rabietas prácticamente desaparecieron). Ahora con 6 años es más fácil el diálogo y entendimiento. Supongo que se quedaban con el amargo desencanto de no verme reaccionar como lo esperan, de
hecho vaticinaban un mal futuro de “malcriadez” para ella, siendo
ellos mismo “malcriados” en su proceder y no precisamente por haber sido
educados con amor y respeto.
Siempre digo que si todos hubiésemos sido criados con
suficientes brazos, amor, empatía y respeto por nuestras necesidades, el
mundo fuera ya aquí mismo el Paraíso que tanto hablan las diferentes
religiones y nos prometen si “Nos portamos bien”
Los castigos sólo enseñan al niño el temor al hacer algo
indebido pero por miedo a ser descubierto y castigado, entonces aprende las
maneras de hacerlo a escondidas del adulto, a no confiar en él y se va abriendo
una brecha difícil de cubrir luego. Por eso la mejor alternativa es intentar
estar serenos, y adecuar nuestro proceder a la edad del niño, pero siempre
hablarle, colocarse a su altura, acompañarle en su malestar, sea berrinche o
pataleta porque igual el no está pasándola bien y no tiene la madurez necesaria
para dar solución a su conflicto interno.
Educar sin castigar puede que parezca difícil, pero al final
no lo es y los frutos que se obtienen si hablamos de resultados es un niño que
a medida que va madurando tendrá un abanico de posibilidades para solucionar
conflictos sin necesidad de recurrir a la violencia ni para él ni para sus
semejantes. Confiará en sus mayores y se sabrá amado.
Ya lo dice el refrán: “Se consigue más con una gota de miel
que con un barril de hiel "
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