Existe un antiguo mito sobre la paternidad que
defiende la necesidad de todo padre, o figura masculina (y aveces también
femenina), de ser severo en la crianza de sus hijos para poder ser un ejemplo,
una verdadera autoridad y alguien a quien se le debe respetar… “porque sí”.
De hecho muchos de nosotros crecimos teniendo
un padre que al que no podíamos, por ejemplo, contarle un chiste o tomarle el
pelo, sin el terrible riesgo de ser “disciplinados” por medio del castigo o en
algunos casos de un terrible grito que nos hacía recordar ese precepto de que
“a los adultos se les respeta… y punto”.
Algunos de nosotros tampoco recibimos nunca (o
sucedió muy pocas veces) un abrazo, un te quiero, un te amo, o tan siquiera una
mirada tierna de aprobación (sonrisa incluida) de parte de la figura masculina
con la que crecimos. Y a veces, ni siquiera de parte de nuestra madre…
Sí, es cierto… algunos crecimos sin muestras
de afecto.
¿Y es que acaso esos papás y mamás eran
malvados? ¿Nos odiaban? ¿Eran nuestros enemigos? Algunos me insistirán de que
en su caso, sí, esto era lo que sucedía. Otros me dirán que por supuesto que
no. Y otros, sencillamente me dirán: “No sé, dímelo tú!”.
Pues les cuento que la mayoría de estos padres
(Me encantaría poder decir que todos, pero tengo que ser honesto) desconectados
emocionalmente y severos en la forma de criar y educar, sencillamente creían
con todo su corazón que esa era la mejor forma de dar amor…
Sí, de dar amor.
Antes de juzgarles, debemos comprender que, a
diferencia de muchos de nosotros, la mayoría de ellos contaba con herramientas
limitadas, con muchísima menos información y además con el apoyo y aprobación
de una sociedad conductista y “adultista”, donde a los niños se les veía más
como un producto, que como a un ser humano con derechos y necesidades reales
(lamento tener que reconocer que lo de la sociedad no ha cambiado mucho en ese
sentido, en la actualidad).
Es justo reconocer que la mayoría de estos
padres lo único que pretendía hacer (De la manera en que sabían) era tratar de
instaurar valores, principios y educación. No estaban pensando en hacer daño
por hacerlo, sino que creían y estaban convencidos de que lo que hacían, lo hacían
“por nuestro propio bien” (citando a la psicoanalista Alice Miler).
Hoy día sabemos lo dañino que es para
cualquier SER, el castigo, especialmente el físico, para la salud mental,
emocional y hasta para el desarrollo del cuerpo y de las habilidades.
Sabemos lo destructivo que es criar y educar
en base al chantaje, la manipulación y el maltrato.
De hecho, muchos de nosotros, a pesar de ser
(O creer ser) hoy “personas de bien”, y de atribuírselo a la forma severa y a
veces demasiado estricta y abusiva en que fuimos criados y educados, sabemos
(Muchas veces de forma inconsciente) que en el fondo guardamos una terrible
carga de rencor y violencia, que justamente tiene su origen en la forma en que
nos trataron en nuestros primeros años de vida.
Algunos, hoy, seguimos teniendo relaciones
basadas en el chantaje, la manipulación, y a veces, hasta en la violencia,
porque muy en el fondo quedamos convencidos de que esa es la única y mejor
forma de expresar el amor. Y a veces, hasta llegamos a creer, desde el fondo de
nuestros corazones, que MERECEMOS ser tratados así.
Y entonces, ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Nos
dedicamos a culpar a esos padres severos y a veces, maltratadores con los que
crecimos? ¿Nos quedamos estancados en el rencor, la culpa y el remordimiento? O
peor aún… ¿Nos dedicamos a defender y justificar la disciplina severa y el
castigo físico a los niños y seguimos repitiendo los patrones de violencia que
no hacen sino engendrar más violencia? ¿Nos hacemos como que la cosa no es con
nosotros y seguimos permitiendo que a los niños se les eduque y se les crie
como si se tratara de seres inferiores, incompletos y para quienes los derechos
humanos no tienen ninguna validez?
Pues, personalmente creo que por donde quiera
que se le mire, la desconexión emocional, la disciplina severa (De hecho,
tengan cuidado con el término disciplina, ya que existen una especie de
“disciplina rosa”, que no es más que una especie de autoritarismo y conductismo
light) y los castigos físicos no tienen cabida en la crianza de nuestros niños,
y de hecho en ningún tipo de relación afectiva.
Creo que tenemos ya demasiada violencia en el
mundo, como para seguir sembrando más de lo mismo.
La nueva masculinidad, la nueva paternidad, la
nueva maternidad, la humanización, la crianza amorosa, la comunicación
efectiva, el respeto a los niños han dejado de ser una cuestión electiva, para
convertirse en una verdadera URGENCIA colectiva.
De la misma manera en que no es válido, ni
éticamente justificable la manipulación, el chantaje y el maltrato en ninguna
relación afectiva entre adultos; en la relación afectiva y la construcción de
los cimientos morales, éticos y afectivos de los futuros protagonistas de
nuestra sociedad, LOS NIÑOS, no tiene cabida ninguna de estas formas
destructivas de “formar”, o si bien vale decirlo “deformar y destruir” sus
personalidades y su esencia.
Pregúntense, Papá y Mamá, con la mano puesta
en el corazón, si desean ser recordados con miedo o con admiración.
Pregúntense si desean ser un modelo a seguir o
un modelo a temer.
Pregúntense si desean formar seres obedientes
que no cuestionen nada ni a nadie; o si desean dejar al mundo seres libres, con
pensamiento propio, capaces de soportar y superar cualquier intento de
chantaje, manipulación o alienación de parte de quien sea.
Comiencen, dando el primer paso, que es el
perdón. Y perdonen, de una vez por todas, a esos seres que, muchas veces por
desconocimiento, lo hicieron de una forma diferente (A veces terriblemente
diferente), pero que en el fondo, pensaban que lo que hacían, era lo mejor y
único que podían hacer (valga acá la redundancia).
Para poder construir ese mundo que tanto
soñamos, hay que abonar primero la tierra donde estamos sembrando las nuevas
semillas. Y la mejor forma de abonarla y sanarla es con el perdón.
Mark Twain dijo una vez: "El Perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó”, y esto se pudiera adaptar a "El Perdón es la fragancia que derrama un hijo sobre su linaje masculino y femenino, hayan hecho lo que hayan hecho”.
Mark Twain dijo una vez: "El Perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó”, y esto se pudiera adaptar a "El Perdón es la fragancia que derrama un hijo sobre su linaje masculino y femenino, hayan hecho lo que hayan hecho”.
Fácil no siempre será, pero ¿Qué tan
comprometidos estamos con la construcción de un Mundo nuevo?
Y por cierto, Papás y Mamás que me leen… Feliz
día del padre.
Amen, amen, amen a los demás, sin condiciones,
sin exigir nada a cambio. Y a partir de hoy, que este se convierta en su
principal nuevo hábito de vida.
Por Elvis Canino
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