Los conflictos son inevitables en
los grupos de seres humanos que conviven juntos. Y todavía más en el seno de una
familia, que convive las veinticuatro horas del día, 365 días al año. Por lo
tanto, hay que aprender a gestionar los conflictos, pues será muy útil para el
resto de nuestra vida.
Igual que aprendemos a ir en
bicicleta y a leer, también aprendemos a gestionar nuestros deseos y a negociar
con quienes nos rodean. Nos formamos poquito a poco y cada fase del aprendizaje
viene caracterizada por la etapa de desarrollo en la que nos encontramos. Así,
es absurdo imaginar a un niño de 4 años llorando porque el IVA ha subido un uno
por ciento o a un adulto con una rabieta porque se ha terminado el helado de
chocolate. Bueno, quizá lo segundo no es tan improbable. El caso es que en cada
etapa del crecimiento los niños tienen unas necesidades y unos deseos y cuentan
con unas determinadas habilidades para gestionarlos. A los adultos nos interesa
que en cada etapa aprendan lo necesario para poder afrontar la siguiente, como
en cualquier proceso. De esta manera, debemos ver el conflicto como una oportunidad
de aprendizaje, pero no sólo eso, puesto que los conflictos son imprescindibles
para crecer como personas. Afortunadamente son inevitables: es imposible que dos
personas distintas quieran siempre lo mismo de una forma complementaria. Por
eso es tan importante saber defender las ideas propias y negociar. Hay todo un
camino de aprendizaje que va desde el bebé que estira el brazo y pone el cuerpo
rígido para pedir que le den algo (el sonajero, las llaves, el móvil) hasta el
joven que opta por tomar sus propias decisiones o el adulto dialogante, aquel
que siempre intenta encontrar una
solución satisfactoria para
todos, aquel que no teme enfrentarse a sus jefes o a su pareja para defender lo
que piensa que es correcto. Y ese camino empieza en casa, en el hogar. Quizá lo
que pida su hijo no sea lo
correcto, pero en lugar de «sofocar» ese deseo es mejor explicarle lo que se
espera de él o darle alternativas de comportamiento. Porque siempre va a haber
un momento en que un niño tenga una idea propia, la primera idea propia, y
aunque sea errónea va a
defenderla a capa y espada hasta
que no entienda por qué no se le deja llevar a cabo «su idea», «su deseo». Y
ese es el origen de muchas rabietas y problemas de convivencia en el seno del
hogar. Pero hemos de verlo como una oportunidad para educar al niño que de otra
forma no se
daría, o como una ocasión para
que el niño aprenda a negociar, o para que sepa defender de una forma correcta sus
ideas. Una vez que entendemos que los conflictos no los crea el niño por gusto,
sino que son una parte imprescindible de su crecimiento, estamos en situación
de poder actuar de una forma más positiva.
Rosa Jové, Psicóloga.
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