Bien sabemos que la lactancia es como el noviazgo. Si
uno de los dos únicos y verdaderos protagonistas, la madre y el bebé, desea
terminar, no se debe continuar. Hacerlo obligado puede resultar un evento
traumático para ambos por igual.
Después de tres años de lactancia, me estaba cansando
la cosa y decidí empezar el largo camino del destete respetuoso.
¿Y qué es el destete respetuoso? Ir bajando las tomas a
las mínimas indispensables, sin negar ni alentar. Dependiendo de la edad, se
pueden iniciar conversaciones que vayan preparando al niño o a la niña para el
fin, hasta que un día se logra el milagro sin lagrimeos.
Empecé conversando sobre el tema todas las santas
mañanas, todas las santas tardes y todas las santas noches. Cabe destacar que a
estas alturas, mi bebé solo tomaba al despertar en las mañanas y para dormir en
las tardes y en las noches. Esa era yo, hablando como si pensara en voz alta,
mientras mi bebé me miraba con los ojos bien abiertos. Eran más bien monólogos
interrumpidos con breves “okey” de mi bebé, que verdaderas discusiones
dialogadas.
La segunda etapa inició unas semanas después de las
conversaciones. En las mañanas, al despertar, la distraía lo suficiente como
para que no le diera tiempo de acomodarse en mi regazo y empezar a meter las
manos bajo la blusa de la pijama, incluyendo esa expresión que desde recién
nacida ponía en los segundos que tardaba en sacar la teta de la blusa. En
muchas ocasiones le ofrecía el desayuno de una vez. El atractivo de la comida
le hacía relegar la petición a un segundo plano. Y así se fueron al recuerdo
las tomas de la mañana.
Entonces, entramos en la etapa que pasamos todas la
madres de despertarme a punta de llamadas urgentes con la universal y
archiconocida oración “mamá, quiego comé”, acompañada de empujones,
introducción de los dedos en mis ojos a fin de abrir mis párpados, los “ya voy”
e intentar seguir durmiendo y repetición del ciclo que me obliga, todavía hoy,
a levantarme de la cama a hacer desayuno. A veces dudo de si fue realmente
beneficioso porque antes simplemente la metía entre la almohada y yo,
“enchufándole” la teta en la boca sin mediar palabras, lo que me daba unos
minutos adicionales de sueño mientras le daba de mamar.
La tercera etapa fue un poco más complicada. Hace unos
meses, mucho antes de acariciar la idea del fin de la lactancia, mientras nos
bañábamos, mi bebé, que no es tan bebé, me pidió teta como cada vez que me veía
sin sostén. Como estaba apurada, le dije: “un poquito y ya”. Para mi sorpresa,
aceptó y cumplió sin llanto ni pataleta.
Usé muchas veces la estrategia del “poquito y ya” y,
aunque muchas veces me pedía “oto poquito”, en menos de dos semanas, ya se
dormía sin mi ayuda, muy cerquita de mi, eso sí, entre abrazos. Complacidos,
pues, todos los opinólogos que tanto me criticaron alegando que me estaba
usando vilmente cual chupete para dormir.
Una noche, yo estaba rematademente cansada y me quedé
dormida primero que mi bebé, quien quedó jugando con unas medias que estaban en
la cama. Una hora después me desperté y la hallé en plena flagancia. El cuerpo
del delito ya profundamente dormida con dos medias en un solo pie y aún con la
víctima en la boca, mi teta izquierda.
No sé a ciencia cierta cómo pasó todo, si yo dormida
cedí como acto reflejo, o si ese pequeño ser, “manipulador por naturaleza”,
según algunos opinólogos conductistas, aprovechándose de mi indefensión por la
inconsciencia que me produjo el sueño profundo, además de la facilidad de la
blusa holgada para dormir, con un poco
de entrenado esfuerzo, se ubicó estratégicamente para mamar.
Desperté para descubrir tamaña sorpresa y sentí un poco
de tierna resignación. A pesar de la decepción, acepté de buen grado que ese
era un paso atrás. Ya reanudaríamos el ritmo del destete. Sinceramente, me
sentí más cómoda que en las últimas semanas. Fácilmente pude separarle de mí y
acomodarle en su corral-colecho improvisado, pero ese sentimiento de ternura me
aguijoneó por media hora más hasta que Morfeo me volvió a llamar.
En la mañana, analizando con agradable expectación, me
encontré recordando cuánto habían cambiado las cosas entre nosotras. Por
circunstancias de la vida, nuestra relación se había fortalecido mucho,
consiguiendo que ella me percibiera como un refugio. Nuestro ritual de la
mañana se había vuelto cada vez más íntimo, dulce, intenso, cargando el
ambiente de nuestra pequeña habitación de mucho amor, muchas risas, muchas
conversaciones.
Esa mañana me entregué a la lactancia matutina con la
misma pasión que lo hice cuando ella apenas tenía dos meses de vida.
Entonces pasó el milagro…
No, no desteté esa mañana. Pasó algo aún más hermoso de
lo que me pude imaginar.
Mientras mamaba, ella, quien toda la vida ha detestado
que la arropen y, aún más, que le tapen la cabeza, se acomodó a mi lado
derecho, debajo de la cobija que uso en las noches. Curiosamente, se tapó la
cabeza, no sin antes, tomar mi mano izquierda y ponerla sobre su pierna y
moverla como para indicarme que quería que le hiciese cariño por encima de la
cobija. La complací extrañada. Entonces se acurrucó en posición fetal.
La sorpresa dio paso a una mezcla de sentimientos que
no puedo explicar con palabras. Tuve el claro recuerdo de lo que sentía en los
últimos meses de embarazo. La semana previa a la cesárea, podía distinguir sus
piernitas y su espalda. Y pasaba horas paseando las manos sobre la barriga,
haciendo énfasis en su espalda, describiendo claramente el camino hasta sus
pies. Sentía mucha paz y, ahora lo se, una oleada de hormonas del amor, eran
liberadas en mi torrente sanguíneo, cual tsunami de aguas tibias. Mientras la
tocaba, le hablaba en voz baja y le contaba lo que sentí y lo emocionada que estaba
por su llegada.
Esa mañana, reviví todo. La piel se me eriza al
recordar que ella se quedó muy quieta bajo la cobija, mientras yo le hablaba en
voz baja de lo que sentía en ese momento. Ese día me perdoné por la depresión
postparto, ese día describí con mi mano el caminito de la espalda a los pies.
Esa hermosa mañana el tiempo se detuvo para regalarnos recuerdos de los
momentos más hermosos del embarazo.
Cuántos sentimientos encontrados, reviviendo el
embarazo gracias a la cobija. ¿Quién, afectado de esta forma tan intensa,
intervenido emocionalmente de esta manera, va a pensar en estrategias de
destete?
Esa mañana, las ideas de destete se fueron al mismísimo
cipote. Así es como recuperé los momentos perdidos que por circunstancias
dolorosas había borrado de mi memoria. La conexión que tuve con mi bebé, no tan
bebé, borró en seco todo deseo de poner fin a la lactancia.
Como de todo lo bueno, hermoso, inspirador, siempre
queremos más, quise repetir ese momento y en otras ocasiones, siempre con la teta
de por medio, las circunstancias se dieron a pesar de que solo mama para
dormir.
¡Qué milagro tan hermoso!
Y yo que pensaba destetar…
Louisiana Panagua.
Qué milagro tan hermoso.
ResponderEliminarGracias por compartir! Imaginé cada momento
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