viernes, 30 de noviembre de 2012

EN PRIMERA PERSONA (I)



“…Cuando nació mi primer hijo me encontré frente a un ser ante el cual no tenía secretos. Podía decodificar mi energía y mi mundo interno de una forma que me hacía sentir totalmente expuesta. Todos mis saberes se derrumbaron ante su llegada. Al principio, no encontraba respuestas en sus conductas:
¿Por qué no duerme? ¿Por qué no se queda quieto ni un momento? ¿Por qué no puedo irme con él a ningún lugar en que haya mucha gente sin que se altere?
Su extrema sensibilidad y su dificultad para identificar y poner en palabras sus emociones, me obligaron a hacer un profundo camino de introspección hacia mis propias emociones no expresadas. A medida que me fui conectando más con mis sombras Él se fue tranquilizando.
Y aún sigue siendo el termómetro familiar. Es un espejo con muchas caras en el que todo su entorno puede verse reflejado.
A partir de su llegada mi percepción de los niños cambió. Descubrí nuevos códigos y formas de vincularme con ellos a partir de lo que él me enseñaba. Pero lo que más le agradezco es el profundo aprendizaje que hice de mí misma. Su presencia en mi vida es un constante desafío ya que no me permite ampararme en ninguna estructura que no sea genuina en mi relación con él y con el mundo.
Cuando nació mi segunda hija yo estaba preparada para transitar una experiencia similar, sin embargo la vivencia fue absolutamente diferente.
Ella abrió mi corazón desde el momento de su llegada de una forma que nunca había experimentado antes. Su presencia me permitió conectarme más con la tierra, con el cuerpo y la concreción de los proyectos de una manera amorosa. Su alegría nos inundó y su armonía nos ayudó a generar un ambiente donde todos pudimos hacernos más responsables de quienes somos y descubrir para qué estamos juntos. Ella puso luz en las redes invisibles que unen la trama y unifican los corazones.
Cada uno de mis hijos refleja un aspecto diferente y a la vez complementario de mí misma. Su presencia en mi vida me permite revelar a cada paso aspectos ocultos de la trama familiar y de mi propia conciencia mostrándome dos polos que parecen opuestos pero que no son más que las dos caras de la misma moneda…”

(Sandra Aisenberg)

lunes, 26 de noviembre de 2012

Su Majestad la Leche de Vaca

La leche es una secreción glandular presente en todos los mamíferos. En la naturaleza hay cerca de 5000 especies, y los humanos somos sólo una de ellas. La leche sirve para alimentar a la cría hasta que esté en condiciones de alimentarse con autonomía. Ninguna otra especie continúa con el consumo de leche después del período de lactancia. Cuando crecemos, los mamíferos perdemos las enzimas que permiten la digestión de la leche, porque sencillamente no las vamos a necesitar más. Sin embargo los seres humanos ignoramos esa ley natural.
Tengamos en cuenta que cada leche es específica, es decir, que tiene una fórmula especial para cada especie y varía considerablemente entre una y otra. Tanto la leche de vaca, como la de oveja, la de ballena, la de elefanta, la de morsa o la de perra son diferentes entre sí, y difieren obviamente de la humana. La leche de vaca sirve para criar terneros, un animal grande con cuatro estómagos que llegará a pesar 300 kilos. La leche humana en cambio privilegia el desarrollo de la inteligencia.
Es importante que sepamos que la “leche de fórmula” -como la llamamos hoy en día- es leche de vaca modificada para adaptarla a los requerimientos del bebé humano. Pero no es un invento químico, como muchas madres creemos.
¿Cuál es el efecto nocivo más fácil de detectar en el organismo humano? El moco. La principal responsable es la caseína, una proteína abundante en la leche de vaca. El moco es la reacción saludable del organismo contra una proteína que no puede incorporar. Por lo tanto, en la medida que incorporamos leche o lácteos, el organismo segrega moco. El resfrío común deriva en dolor de garganta, luego en rinitis, sinusitis, bronquitis, otitis, neumonía, y en todas las infecciones respiratorias con las que conviven los niños durante la infancia.
A pesar de esta abrumadora realidad, los adultos no podemos creer que la leche, la bendita y maravillosa leche, se nos vuelva en contra.  Preferimos apegarnos a nuestras creencias en lugar de hacer caso a la sabiduría innata del organismo de nuestros hijos.
¡Todos nuestros niños están repletos de mocos y no estamos dispuestos a relacionarlo con la ingesta de leche! Parece que el miedo al cambio es más fuerte que el acceso a la verdad.
Laura Gutman


Les dejo unas recetas de leches vegetales (consultar con el pediatra si van a introducirlas en niños menores de 3 años por las posibles alergias)









En lugar de azúcar se puede endulzar con papeló/panela/piloncillo o stevia