miércoles, 19 de diciembre de 2012

Conflictos familiares.



Los conflictos son inevitables en los grupos de seres humanos que conviven juntos. Y todavía más en el seno de una familia, que convive las veinticuatro horas del día, 365 días al año. Por lo tanto, hay que aprender a gestionar los conflictos, pues será muy útil para el resto de nuestra vida.
Igual que aprendemos a ir en bicicleta y a leer, también aprendemos a gestionar nuestros deseos y a negociar con quienes nos rodean. Nos formamos poquito a poco y cada fase del aprendizaje viene caracterizada por la etapa de desarrollo en la que nos encontramos. Así, es absurdo imaginar a un niño de 4 años llorando porque el IVA ha subido un uno por ciento o a un adulto con una rabieta porque se ha terminado el helado de chocolate. Bueno, quizá lo segundo no es tan improbable. El caso es que en cada etapa del crecimiento los niños tienen unas necesidades y unos deseos y cuentan con unas determinadas habilidades para gestionarlos. A los adultos nos interesa que en cada etapa aprendan lo necesario para poder afrontar la siguiente, como en cualquier proceso. De esta manera, debemos ver el conflicto como una oportunidad de aprendizaje, pero no sólo eso, puesto que los conflictos son imprescindibles para crecer como personas. Afortunadamente son inevitables: es imposible que dos personas distintas quieran siempre lo mismo de una forma complementaria. Por eso es tan importante saber defender las ideas propias y negociar. Hay todo un camino de aprendizaje que va desde el bebé que estira el brazo y pone el cuerpo rígido para pedir que le den algo (el sonajero, las llaves, el móvil) hasta el joven que opta por tomar sus propias decisiones o el adulto dialogante, aquel que siempre intenta encontrar una
solución satisfactoria para todos, aquel que no teme enfrentarse a sus jefes o a su pareja para defender lo que piensa que es correcto. Y ese camino empieza en casa, en el hogar. Quizá lo
que pida su hijo no sea lo correcto, pero en lugar de «sofocar» ese deseo es mejor explicarle lo que se espera de él o darle alternativas de comportamiento. Porque siempre va a haber un momento en que un niño tenga una idea propia, la primera idea propia, y aunque sea errónea va a
defenderla a capa y espada hasta que no entienda por qué no se le deja llevar a cabo «su idea», «su deseo». Y ese es el origen de muchas rabietas y problemas de convivencia en el seno del hogar. Pero hemos de verlo como una oportunidad para educar al niño que de otra forma no se
daría, o como una ocasión para que el niño aprenda a negociar, o para que sepa defender de una forma correcta sus ideas. Una vez que entendemos que los conflictos no los crea el niño por gusto, sino que son una parte imprescindible de su crecimiento, estamos en situación de poder actuar de una forma más positiva.
Rosa Jové, Psicóloga.

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