lunes, 3 de diciembre de 2012

EN PRIMERA PERSONA (II)



“…Siempre sentí que con los niños había una atracción mutua y hoy siento una gran alegría de poder estar junto a ellos en mi labor diaria. Mientras los ayudo a descubrir sus talentos me voy conociendo a mí mismo.
¿Se dieron cuenta de lo que pasa cuando aparece un bebé? Es sorprendente observar cómo se modifica el ambiente con su sola presencia. Es increíble descubrir que un ser totalmente dependiente que no puede hablar ni trasladarse por sí mismo tenga tanto poder. Cuando nos acercamos a él enseguida comenzamos a sonreír, a hacer caritas, a despertar nuestro niño interno. Su pureza y su luz tan a flor de piel nos enciende el corazón con solo cruzarnos una mirada.
Después de tantos años de trabajar con padres e hijos me llego el momento a mí. Hace dos años y medio nació la que es, hasta ahora, mi única hija y el aprendizaje no para. Ahora llevo el espejo frente a mí veinticuatro horas al día, los trescientos sesenta y cinco días del año.
Papito no me tres el agüita que me siento mal. (¿Acaso necesito que me duela algo para no sentir culpa al pedir un favor?)
- Papito, No te vayas, no me dejes solita. (¿Tendré miedo de que me abandonen?)
Es cierto, mi hija me espeja, me encandila con su luz justo en las zonas más sombrías de mi existencia. Ella me invita a crecer, a madurar, a sanar mi historia con solo prestar atención a lo que me está mostrando.
La llegada de mi hija me movilizó ya desde la gestación. Cuando mi mujer quedó embarazada ambos estábamos convencidos de que esperábamos un varón, pero el resultado de la ecografía del quinto mes confirmó que sería una nena.
Dos días después mi esposa me preguntó si me daba cuenta de cómo había cambiado mi actitud y la manera de relacionarme con su panza desde el momento en que nos enteramos que sería una nena.
¿Te diste cuenta como besas la panza? ¿Te fijaste como le hablas? Te siento más dulce, más relajado.
Es cierto, hasta ese entonces no me había dado cuenta cuan presionado me sentía ante la llegada de un varón. Era llamativa la diferencia. ¿Una relación conflictiva con mi padre tal vez? Mi hija ya me confrontaba con mi historia y ni siquiera había nacido.
Hace unos días legue a la casa muy preocupado. Mi hija me abrazó fuerte y no quería despegarse de mí.
Yo quería disimular mi estado de ánimo, me senté en el suelo y comencé a jugar con ella hasta que me dijo:
Papito, te escucho el corazón!
Cómo ocultarle algo a un ser tan sensible tan receptivo, tan despierto.
Ella me presta sus ojos para que vea el mundo a través de ella, con más colores, con una nueva esperanza...”

(Eduardo Melamud)

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