El puerperio es considerado
usualmente como un período de desequilibrio para la mujer que dura alrededor de
40 días después del parto, tiempo que
fue estipulado -ya no sabemos por quién ni para quién- y que responde a una histórica veda moral para salvar a la
parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no
significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.
Personalmente, considero que el puerperio, en realidad es el período transitado entre el nacimiento del bebé y los dos primeros años, aunque emocionalmente haya una diferencia evidente entre el caos de los primeros días, la capacidad de salir al mundo con un bebé a cuestas o el vínculo con un bebé que ya camina.
Estos dos años tienen que ver con el período de completa “fusión emocional” entre la madre y el bebé, es decir, con la sensación de la madre de vivir dentro de las percepciones y experiencias del bebé, sintiéndose “desdoblada física y emocionalmente”. ¿Por qué dos años? Es posible reconocer en el niño el lento despegue de la fusión emocional, alrededor de los dos años de edad, cuando puede empezar a nombrarse a sí mismo como un ser separado, cuando puede decir “yo”. La madre vive una situación análoga, pero sin tanta consciencia. De hecho, alrededor de los dos años del niño, toda madre también recupera ese “ahora soy yo misma”, sintiendo deseos genuinos de “volver a ser la de antes”, con intereses y proyectos que no incluyen necesariamente al niño.
Personalmente, considero que el puerperio, en realidad es el período transitado entre el nacimiento del bebé y los dos primeros años, aunque emocionalmente haya una diferencia evidente entre el caos de los primeros días, la capacidad de salir al mundo con un bebé a cuestas o el vínculo con un bebé que ya camina.
Estos dos años tienen que ver con el período de completa “fusión emocional” entre la madre y el bebé, es decir, con la sensación de la madre de vivir dentro de las percepciones y experiencias del bebé, sintiéndose “desdoblada física y emocionalmente”. ¿Por qué dos años? Es posible reconocer en el niño el lento despegue de la fusión emocional, alrededor de los dos años de edad, cuando puede empezar a nombrarse a sí mismo como un ser separado, cuando puede decir “yo”. La madre vive una situación análoga, pero sin tanta consciencia. De hecho, alrededor de los dos años del niño, toda madre también recupera ese “ahora soy yo misma”, sintiendo deseos genuinos de “volver a ser la de antes”, con intereses y proyectos que no incluyen necesariamente al niño.
Mi intención, por
lo tanto, es que reflexionemos sobre el puerperio basándonos en situaciones que
a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero no por eso son menos
reales. Se trata de abordar la cualidad invisible del puerperio, el
sub-mundo femenino, los campos emocionales,
lo que nos sucede aunque no lo podamos abordar con palabras concretas.
Básicamente quiero
recalcar que las mujeres merecemos obtener cuidados, comprensión, aceptación y
protección, traduciendo de este modo que lo que nos pasa internamente, “es correcto”
y no hay nada diferente que tendría que suceder. Con un bebé en brazos,
habiendo atravesado un parto, en plena desestructuración emocional, bajo los
efectos de la pérdida de nuestra identidad; lo menos que podemos anhelar es
estar desorientadas. Por eso necesitamos acompañamiento y permisos para
aprender a navegar el puerperio que viene en formato invisible, sin bordes, sin
horarios, sin lógica y sin razón.
En sociedades donde
las mujeres se hacían cargo comunitariamente de la crianza de los niños
mientras los hombres se ocupaban enteramente de procurar el alimento, el puerperio
funcionaba como un tiempo de reposo y de atención exclusiva para el recién
nacido. No había apuro para abandonar ese estado de entrega y silencio, de
leche y fluidos.
Nuestra
realidad social es otra.
Vivimos en familias nucleares, en departamentos pequeños, a veces alejados de
nuestras familias primarias y en
ciudades donde no es tan fácil reemplazar a una comunidad de mujeres que
alivian las tareas domésticas y construyen una red invisible de apoyo. Sin
embargo todas las puérperas necesitamos esa red
para no desmoronarnos a causa de las heridas físicas y emocionales que nos dejó
el parto. Por otra parte, es evidente que 40 días es demasiado poco para
recuperarnos, sobre todo cuando no hay nadie defendiendo las necesidades
impostergables de la díada mamá-bebé, no hay una
comunidad femenina para cuidarnos y además la mayoría de las mujeres somos
expulsadas tempranamente al trabajo.
El panorama es
desalentador para las mujeres modernas y urbanas, aunque
pensemos que esto hace parte de la liberación femenina: en realidad no
hay verdadera elección, casi nadie está en condiciones de decidir cuánto tiempo
necesita quedarse con el bebé y cuándo es el momento adecuado para cada una
para reincorporarse a la vida laboral. Y esto no está sólo pautado por las
necesidades económicas, muchas veces reales. Sino sobre todo por una identidad
construida casi integralmente en el ámbito del desarrollo laboral, y por lo
dificultoso que resulta quedarnos sin referentes en el terreno de las
emociones, la conexión con la interioridad, el contacto corporal, el tiempo
fuera del tiempo y prácticamente nadie para acompañarnos en esta expulsión de
hecho de la vida “normal”.
Por eso sería pertinente ofrecer información realista con respecto a las
sorpresas que nos depara el puerperio a varones y mujeres. Tenemos que difundir
con mayor precisión los conceptos sobre la naturaleza de la fusión emocional
entre la madre y el recién nacido, sobre las necesidades específicas de una
mujer puérpera y sobre los cuidados indispensables que debe recibir. De esta
manera cada pareja podrá determinar si está en condiciones de generar el
cuidado necesario tanto para la madre como para el bebé, o si necesitan buscar fuera del núcleo familiar ayudas
complementarias.
A las mujeres nos corresponde también encontrar nuevas
maneras de integrar
nuestro propio desarrollo personal y la maternidad, de un modo que
sea saludable, acorde a los tiempos que vivimos, pero sobre todo, completamente
honesto con nuestro ser esencial.
Por Laura Gutman
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