Las
personas grandes tenemos muchas cosas importantes que resolver. Y cuando se
suma la obligación de criar y educar a los niños pequeños, la lista de prioridades
y urgencias aumenta considerablemente. Nos preocupa especialmente el futuro de
nuestros niños: decidir cuál es la mejor escuela, el mejor estudio de inglés,
cómo lograr que sean educados y amables, cómo hallar soluciones para encarar el problema de los
celos por el hermano menor, qué decisiones tomar para que no sufran a causa del
divorcio de sus padres o qué médico consultar por las alergias reiteradas. En
fin, que la vida se ha convertido en una maraña de preocupaciones, desde que la
compartimos con nuestros hijos pequeños.
Son
tantas las cuestiones que necesitamos solucionar, que incluso el ocio ha dejado
de ser parte de nuestra vida cotidiana, sobre todo para las mujeres que además
trabajamos fuera de casa. Ese pequeño espacio de diversión, de no hacer nada,
de cantar o de dejar volar la imaginación, ha quedado relegado entre las
múltiples tareas atrasadas. Sin embargo los niños -por suerte- aún logran
conservar el juego como parte indispensable y constante de su desarrollo.
Los
niños juegan todo el tiempo: Cuando comen, cuando caminan por la calle, cuando
observan a los demás, cuando les decimos que tienen que ir a dormir, cuando nos
llaman, cuando lloran, cuando están distraídos. Juegan aunque nosotros no nos
demos cuenta de ello. Juegan a cada instante en medio de la interacción con la
realidad, convirtiendo esa experiencia en múltiples posibilidades para
atravesarla. Transforman de ese modo
cada vivencia en muchas otras, indistintamente si son reales o imaginarias, ya
que todas forman parte un momento único. Es posible que los adultos no tomemos
en cuenta que ellos están dentro de un juego permanente y que desde ese lugar
de creatividad y fantasía, nos invitan una y otra vez a acercarnos a ese mágico
territorio de ensueños.
¿Por
qué no aceptamos la invitación? Porque no nos resulta fácil. Los niños se
mueven dentro de códigos que ya hemos olvidado o utilizando un lenguaje lúdico
que tal vez ni siquiera hemos experimentado siendo niños. Jugar nos puede parecer extraño, misterioso o
molesto. Y también podemos sentir que es una manera de perder el tiempo. En
todo caso, jugar a la par de los niños pequeños, no es sencillo.
Vale
la pena subrayar que a las madres no tan jóvenes, nos puede resultar aún más
complejo entrar en la lógica infantil del juego. Y también constataremos -si
nos observamos y observamos a nuestro alrededor- que habitualmente
los varones participan en los juegos con mayor entrega y alegría que las
mujeres. O sea que podríamos mirar a los varones -quienes con total
despreocupación llegan a casa y se ponen a jugar- para aprender de ellos el
manejo del ocio y la diversión.
¿Para
qué sirve jugar con los hijos? Es la manera más directa de entrar en relación
con ellos. Generalmente les pedimos que se adapten al mundo de los
adultos, -cosa que hacen, por ejemplo,
soportando largas jornadas escolares-. Jugar con ellos es hacer el camino
inverso: nosotros nos adaptamos un rato al mundo de los niños. Parece ser un
trato justo.
En
ocasiones puede suceder todo lo contrario: que los niños hoy estén tan
exhaustos de las obligaciones escolares, tengan tan poco tiempo libre y tan
poca vitalidad para explorar el juego y la fantasía -refugiándose en la
televisión o el ordenador- que posiblemente las personas grandes queramos
ayudarlos y enseñarles a jugar. Lo cual
no está nada mal. Siempre y cuando estemos dispuestos a permitirles desarrollar
la inventiva y la ilusión, en lugar de imponer juegos reglados, difíciles de
asumir, exigentes y donde el niño, una vez más, tiene que obedecer y en lo
posible responder a nuestras expectativas.
Jugar “bien” se parece demasiado a hacer la tarea de la escuela bien,
portarse bien y ser un niño bueno. ¡Es decir que en ese caso ya no se trataría
de jugar!
Sin
embargo ¿las personas grandes somos capaces de jugar jugando? ¿Qué sucedería si
nos dejamos llevar por la alegría y la improvisación, e imitamos lo que de
alguna manera los niños proponen? Claro que la “lógica” del juego será
diferente a la que estamos acostumbrados, y es posible que nos sintamos
perdidos. El secreto para lograrlo será
seguir a los niños, e ingresar tomados de la mano dentro de sus escondites
preferidos. ¿Cómo saber si lo estamos haciendo bien? Sólo observando al niño.
Constatando si está disfrutando o no. Si estamos intercambiando piedras de
colores, o saltando uno sobre el otro, o jugando a las escondidas o repartiendo
naipes…sabremos si es el juego adecuado en la medida que el niño esté
fascinado. Ahora bien, si quienes estamos encantados con el juego somos
nosotros, pero el niño está aburrido, nos hemos olvidado del niño real y
estamos jugando con nuestro niño interno. Y eso, lo podemos hacer a solas.
Definitivamente,
jugar es una cosa seria. Y algunos niños están dispuestos a enseñarnos las
reglas.
(Laura Gutman)
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